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Colas felices

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Notas informales

Colas felices

¿Nunca os ha pasado? ¿No es curioso cómo se atascan las colas cuando tenemos algo de prisa? Situémonos en la escena. Hemos ido al súper porque nos faltaba algo en casa, pero vamos mal, muy mal de tiempo. Un poco como siempre, en realidad. En la cola sólo hay dos personas, qué bien, pero resulta que delante, ya pagando, una señora mayor se lo toma con paciencia, justo lo que nos suele faltar a nosotros en estos casos. La podemos imaginar cogiendo una moneda, acercándosela, dándole la vuelta… Esto son cinco céntimos, ¿verdad? Se parecen tanto las monedas… Y a la cajera contestándole amablemente que sí a la vez que devolviéndonos una mirada en busca de comprensión.

Estrategia errónea para paliar el estrés en estos casos a las que curiosamente siempre solemos recurrir: pensar, pensar y pensar. Pensar con toda la carga adrenalítica posible. Pensar una y otra vez en cómo se nos ha ocurrido entrar en el súper con lo mal que íbamos de tiempo, imaginar que las señoras tendrían que tener unas horas determinadas para comprar que no fueran las horas punta; pensar en dejarlo todo en cualquier lado e irte porque no aguantas más, pero claro, luego en casa… Ahora que lo piensas, lo mismo el chino que está al lado de casa todavía está abierto, claro que allí… No te fías, de esta marca no hay nada y si no llevo esto me la lían. Uff, qué agobio. Pero por qué no llaman a otra cajera, es que no están viendo la cola, aich, por Dios, cómo se me ocurre pararme en el súper…

Pensar una y otra vez en lo mal que están las cosas o en que podrían ser de otra forma no va a solucionar nada, pero es justo lo que solemos hacer. Y los pensamientos no vienen solos, sino que traen una carga emocional tan fuerte que nos nublan, nos perturban y nos llevan a reacciones impulsivas de las que luego solemos arrepentirnos. Los pensamientos recurrentes son como combustibles para estas emociones que a su vez sostienen más pensamientos estresantes y el ciclo parece no tener fin. Como para no estar agotados al final del día.

Hay otro método para paliar la frustración que conlleva toda espera: llevar la atención a nuestra experiencia, por incómoda que sea. Podríamos empezar por conectar con el cuerpo, con las sensaciones del momento. ¿Podemos sentir la respiración? ¿Cómo está? ¿La notamos acelerada, superficial, poco profunda? Si tuviéramos que localizarla, ¿estaría más en el abdomen o en la zona del pecho? Puede que los pensamientos nos quiten de esta intención y nos lleven por el camino contrario, pero podemos amablemente redirigir de nuevo la atención al cuerpo, apreciando todo el despliegue de sensaciones. 

Aunque la señora de las moneditas le esté preguntando por la salud de los niños a la cajera mientras sigue rebuscando en el último recoveco del bolso, podemos mantener la calma. El simple hecho de conectar con nuestra experiencia corporal va disminuyendo el flujo de los pensamientos y nos sitúa en otro estado mental, más lúcido y sosegado. No es tanto luchar con los pensamientos, pueden seguir ahí o no, sino recuperar el mando de la atención y llevarla al cuerpo como una forma de anclarnos en el presente.

Podríamos notar los pies en contacto con el suelo y observar cómo es nuestra postura, o percibir los músculos que trabajan para hacerla posible. Y podríamos ampliar el foco de la atención para llevarla al sonido que nos llega o caer en la cuenta del colorido del lugar o en cómo nos seducen los productos que adornan el pasillo que conduce a la caja. Retomando la respiración, lo mismo la notamos algo más calmada. Son cambios sutiles pero poderosos. 

Si nos hemos recompuesto un poco podríamos dar un paso más, absolutamente transformador, poniendo en práctica nuestra capacidad de empatía y comprendiendo que esta señora se está desenvolviendo como probablemente lo haríamos nosotros con su edad. En esta línea, podríamos cultivar la aceptación de una realidad que no está en nuestra mano cambiar. Las cosas son así. 

Llegados a este punto le estaríamos dando la vuelta a la situación, haciendo que la espera pase de ser un medio para un fin, pagar y punto y vámonos que quiero llegar pronto a casa, a ser un fin en sí mismo: situarnos en el espacio del ahora y disfrutarlo, pasar del “modo espera”, de estar deseando que pase ese momento para alcanzar otro mejor, al “modo presencia”, a situarnos de nuevo en el flujo de la vida, tal como se presente.

Cada día parece que hay más colas para todo, con lo que vamos a tener muchas oportunidades para poner en práctica esta propuesta. Así que, quién sabe, a lo mejor, con el tiempo nos sorprendamos dibujando una plácida sonrisa cuando nos encontremos con una nueva cola. 

 

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